Lo que resiste persiste: un llamado a preservar lo esencial en nosotros

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¿Y si nuestra resistencia, no es negación, no es neurosis, ni una rebeldía infantil? ¿Y si es, en realidad, un don y una fuerza constitutiva del alma que permite que no nos olvidemos de quienes somos en realidad?

Esta es una invitación a hacernos nuevas preguntas, a reconfigurar algunas creencias y a descubrir que quizás “eso” a lo que nos resistimos sea lo que en verdad nos conecta con la con la vida, con nuestra humanidad y con las dimensiones más profundas de nosotros mismos.

“Lo que resiste, persiste” es una de tantas frases que se instalaron en nuestras conversaciones, como una certeza, como una ley psicológica incuestionable y como un nuevo mandato a seguir. Se escucha en terapias, libros y, por supuesto, en trillados posteos de redes sociales. A muchos de nosotros nos ha servido como guía, más o menos eficiente, dependiendo del trabajo interno que estemos dispuestos a hacer para desenredar nuestros nudos interiores. Es cierto. Aquello que negamos con fuerza, lo que escondemos y todo lo que barremos debajo de las alfombras de la personalidad, regresa a nosotros como síntoma, o como destino.

Lo que resiste en nosotros no siempre es aquello que debemos sanar ni algo de lo que deberíamos liberarnos.

Lo sabemos muy bien. Evitar contactarnos con el dolor, no lo hace desaparecer, sólo lo camufla.

Resistir el miedo, el enojo, el deseo o la tristeza, hace que esas emociones encuentren otra forma de expresarse.

“Lo que resiste persiste” es una frase cuya autoría se le adjudica a Carl Gustav Jung, pero él no la ha escrito ni pronunciado como tal. Es una síntesis de un desarrollo vasto, profundo y transformador del que aún no se conocen todas sus implicancias.

Es una verdad, pero seguro no es la única. Somos muchos quienes sentimos un llamado interno a la resistencia en los valores, las creencias, los legados y las historias que nos constituyen. Lo que resiste en nosotros no siempre es aquello que debemos sanar ni algo de lo que deberíamos liberarnos.

No toda resistencia es obstáculo. A veces es raíz. A veces es frontera. Hay una resistencia que no niega, sino que protege, que no evita, sino que preserva.

¿Y si no todo a lo que nos resistimos debe disolverse, iluminarse, integrarse o sanarse? ¿Y si hay algo en el alma que resiste para no olvidarse de sí misma? ¿Y si lo que resiste dentro de nosotros es la memoria viva de quienes somos en realidad?

Necesitamos “persistir en lo que el alma siente verdadero, aunque el mundo entero lo niegue.” Eso sí afirma Jung en El libro Rojo, uno de sus legados más trascendentes.

Hay cosas en nosotros que se resisten a ser adaptadas, anestesiadas, funcionalizadas. Y eso es sano. Todos portamos partes constitutivas y sagradas que no pueden ser traicionadas. Sólo de esta forma conservamos nuestro núcleo, nuestro fuego y nuestra dignidad.

Esa fuerza de resistencia que portamos ¿nos limita, nos esconde o nos protege?

A veces resistir es una manera de preservarnos. (Foto: Adobe Stock)
A veces resistir es una manera de preservarnos. (Foto: Adobe Stock)

Resistencia, ¿es miedo o es un acto de amor a lo esencial?

Hay preguntas que podemos hacernos para empezar a diferenciar si la resistencia que tenemos se origina en el miedo o es un acto de amor a lo esencial.

Esta es una invitación a resistir, para que haya cosas que persistan, para que no nos perdamos a nosotros mismos. Es un anhelo compartido y puesto en palabras para que recordemos que a pesar de este tiempo incierto y por momentos muy difícil de habitar, el Universo está a nuestro favor y que más pronto que tarde tendremos mucho que hacer en él.

La resistencia que nono siempre es una fuerza que se opone, sino una forma del alma que se queda, se deshace en el flujo de lo superficial, explicaba la filósofa Simone Weil y nos hacía un llamado a recuperar nuestra fidelidad interior para que persista la verdad, lo sagrado y lo humano.

Byung-Chul Han, uno de los pensadores más lúcidos de estos tiempos, nos recuerda una y otra vez que en la “sociedad del rendimiento” se espera que seamos siempre productivos, adaptables, resilientes y eficientes. En esa dinámica que se vuelve perversa no hay lugar para detenerse, para cuestionar y mucho menos resistir. El imperativo de positividad, la autoexplotación y el mandato de soltar dominan nuestra forma de vivir.

La resistencia es un acto lúcido de desaceleración y cuidado de un alma que se niega a ser mercancía. No es una falla del sistema ni un síntoma a corregir.

Para muchos místicos como Santa Teresa de Ávila la resistencia no es volverse más duro sino que es la capacidad de sostenernos en la fe del alma, incluso cuando el deseo de evasión es fuerte. Es una prueba de autenticidad que se nos presenta cuando estamos listos para cruzar un umbral.

También Thomas Merton comprendía que la resistencia más profunda no siempre es acción visible, sino fidelidad al silencio interior en un mundo que fragmenta. El explicaba que hay una forma radical de resistencia que no grita, pero transforma. Resistir es volver a ese centro, donde el alma no se rinde a lo que nos dispersa, sino que cultiva una presencia lúcida, compasiva, disponible. Y eso también puede ser un acto de salud, de conciencia y de rebelión amorosa.

Que así sea

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