La famosa Aeroposta fue el primer correo aéreo que tuvo Argentina. Los pilotos que participaron del proyecto fueron celebridades de proyección internacional: Antoine de Saint-Exupéry, Jean Mermoz, Henri Guillaumet, que trabajaron codo a codo con colegas locales como Rufino Luro Cambaceres y Próspero Palazzo

Resultaba increíble poder leer, en Buenos Aires, una publicación que había sido editada solo cuatro días antes en Francia, y calmó notoriamente las ansiedades de los que recibían cartas de sus seres queridos con semejante inmediatez. El correo aéreo, sensación en Europa, había hecho el milagro, que replicaría en nuestro país de la mano de verdaderos ases de la aviación.
Pierre-Georges Latécoère era un ingeniero francés de 35 años que, por sus problemas de vista, en la Primera Guerra Mundial había sido destinado a una unidad de artillería. De padre industrial, Pierre se largó a la fabricación de aviones de combate sin demasiado éxito. Sin embargo, fueron buenos los biplanos trimotores de transporte, surgiendo los modelos Laté 3 y 4, este último con capacidad para 10 pasajeros, especiales para cumplir funciones de correo.

En 1918, creó la compañía aérea Lignes Aériennes Latécoère con el propósito de conectar diversos puntos de Europa con África. Al finalizar la gran guerra, sus aviones unieron Toulouse y Barcelona con Casablanca, en Marruecos, y luego extendieron el recorrido hasta Dakar, no sin enfrentar graves dificultades, especialmente con tribus que se oponían a estos vuelos, y que llegaron a secuestrar a pilotos.
Al mismo tiempo, mandó a estudiar distintas rutas de vuelo que conectasen Francia con Brasil. En aquel país, desde 1916, vivía Marcel Bouilloux-Lafont, un francés enviado por su gobierno para velar por los intereses de su país y defender la causa de los aliados.
Hacia Brasil viajó Latécoère a ofrecerle a Lafont, que nada sabía de aviación, el negocio del correo aéreo, que incluyera a Francia, Brasil y que abarcase además a Buenos Aires. Para entonces un capitán llamado José Roig había hecho el trayecto desde el Viejo Mundo, y comprobó que la empresa era totalmente viable.

El 1 de abril de 1927 cerraron el trato, cuando el primero le cedió el 93 % de las acciones de su empresa. Lafont le cambió el nombre por el de Compagnie Aeropostale Generale.
Lafont convocó a Vicente Almandos Almonacid, un piloto riojano que era un héroe de guerra en Francia, por sus acciones de arrojo como piloto durante la primera guerra. Recibió el mandato de Lafont de armar una empresa subsidiaria de correo aéreo en Argentina, que sería Aeroposta Argentina S.A.
Almonacid había nacido en la Navidad de 1882 en la localidad riojana de San Miguel de Anguinán. Su padre, un próspero empresario minero, fue gobernador de esa provincia entre 1877 y 1880, y cuando murió, cuando Vicente contaba con 9 años, toda la familia se mudó a la Ciudad de Buenos Aires.
Estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires, luego en la Escuela Naval, la que abandonó por un entredicho con un superior y sus inquietudes por la ciencia lo llevaron a cursar algunas materias en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Esas inquietudes lo habían llevado a construir su propio aeroplano, al que llamó “aeromóvil”.

Como Francia era la pionera en la escuela de aviación hacia allí viajó a finales de 1913. En 1914 obtuvo su brevet y se instaló en París. Se enroló en la Legión Extranjera como piloto militar, y lo mandaron a una escuadrilla que estaba en las afueras de París. De un puesto de vigilancia en la capital, pidió ser transferido a la 27.ª Escuadrilla, donde estaba la acción. Su amigo Roland Garros lo haría en la 26.ª.
Participó, volando un biplano Voisin, en bombardeos de estaciones y fábricas de municiones y derribó aviones enemigos. Su desempeño lo llevó, de simple soldado, a ser ascendido a subteniente al año siguiente.
El conflicto armado le daba tiempo para pensar nuevos dispositivos. Ideó un mecanismo para arrojar bombas desde un avión y un sistema óptico de puntería. Todos sus inventos los donaría al Estado francés y serían aplicados por los aliados.

Fue un precursor de los bombardeos nocturnos, cuando volar de noche estaba prohibido. Cuando la guerra terminó, en 1918, tenía el grado de capitán e innumerables misiones en su haber y ampliamente condecorado.
En septiembre de 1919 regresó a la Argentina como un héroe de guerra. En 1920 se casó con Dolores Güiraldes, la hermana de Ricardo. Tuvieron cuatro hijos, Vicente, Esmeralda, María y Ricardo. Se separarían en 1932.
En 1920 realizó la hazaña de cruzar la cordillera de los Andes de noche. El periodismo ya lo llamaba “cóndor riojano” y “cazador de estrellas”. Fanático de la ciencia y la técnica, era un transgresor para la época.

Fue director técnico de Aeroposta y el logo -un sobre con alas atravesado por una flecha- fue diseño suyo.
El presidente Marcelo T. de Alvear recibió la noticia de la operación de la nueva empresa con los brazos abiertos. A principios de 1927 se firmó el contrato, abrieron una oficina en la calle Reconquista 240 y hubo que buscar un terreno adecuado para un aeródromo.
Luego de estudiar diversas posibilidades, se inclinaron por un terreno en General Pacheco, delimitado por la ruta 197, Av. Gral. San Martín, Pacheco y Marcos Sastre. Los aviones utilizados eran Laté 25, 28 y Potez 25.

Las instalaciones eran simples, y tenían antenas de radio para comunicarse con otros puntos. En los primeros tiempos, el aeródromo no disponía de pista, sino que los pilotos elegían cómo aterrizar en el césped según la dirección del viento.
Comenzaron los vuelos que unieron Natal con Buenos Aires y también con Francia, a la par que se exploraban nuevas rutas, como por ejemplo, Paraguay, país que entraría en el itinerario de la empresa en enero de 1929, con escala en Posadas. Pero dos años después esta ruta quedaría cancelada.
Para los viajes usaban rutas que los aviadores mismos exploraban y el único instrumento del que se valían era la brújula.

Había otro territorio a cubrir, más vasto, y donde había poblaciones prácticamente aisladas, como era la Patagonia. Se determinó que los vuelos cubriesen, en una primera etapa, las ciudades de Bahía Blanca y Comodoro Rivadavia, ruta que previamente había sido relevada por los pilotos Paul Vachet, un francés que estaba en la empresa desde 1921 cubriendo Toulouse-Marruecos, y Rufino Luro Cambaceres. Este último era un agrónomo y veterinario, radicado en Bahía Blanca, precursor del aero club local. Piloto desde 1926, se incorporó a Aeroposta tres años después, y en 1931 fue nombrado director. Ostenta el récord de ser, entonces, uno de los pilotos con mayor horas de vuelo a lo más austral del país.
El que hizo el vuelo inaugural del tramo Bahía Blanca y Comodoro Rivadavia con un Laté 25 se transformaría en una celebridad. Se llamaba Antoine de Saint-Exupéry, el que un año antes de su trágica muerte publicaría su obra El Principito.
Había nacido el 29 de junio de 1900 en Lyon. Llegó a Buenos Aires en barco el 12 de octubre de 1929 y se alojó en el Majestic, uno de los hoteles más lujosos de la ciudad, en avenida de Mayo al 1300. Vivió en el departamento 605 que alquilaba sobre la Galería Güemes, en Florida al 200.

Corpulento, de nariz algo ganchuda, de ojos saltones y de una incipiente calvicie, había aprendido a volar en la fuerza aérea francesa, a la que se había incorporado en 1921. Con Almandos Almonacid se hicieron muy amigos, que vivía cerca, y solían desayunar juntos. También compartía trabajo y salidas al Tabarís, cuyo dueño era un francés y a otros cabarés de moda con Henri Guillaumet y Jean Mermoz. Saint-Exupéry, al que llamaban Saintex, acostumbraba a comer en Conte, un restaurante clásico ubicado en Cangallo 966, ya que en su carta ofrecía platos de su país.
En uno de los vuelos que realizó para explorar nuevas rutas, Saint-Exupéry encontró un lugar en Concordia, Entre Ríos y cuando aterrizó una de las ruedas del avión quedó atascada en una vizcachera. La escena fue seguida con extrañeza por las niñas Edda Sara y Susana Luisa Fuchs Valon, que cabalgaban por la zona y cuya familia alquilaba el castillo San Carlos. Las niñas comentaron en francés lo torpe que había sido el piloto y se sorprendieron cuando este les respondió en el mismo idioma. Volvería al castillo en otras ocasiones. De regreso en Francia, escribió en 1932 para la revista Marianne el artículo “La Princesas Argentinas” e incluyó la historia en un capítulo en su libro “Tierra de hombres”.
De uno de los viajes que hacía a lo largo de la costa patagónica, trajo a Buenos Aires una foca bebé, de la que se había encariñado, y la mantenía en la bañera de su departamento. En la costa atlántica, en el verano acostumbraba a alojarse en la habitación 51 del Hotel Ostende, la que conserva la cama de hierro y muebles originales de esa época. Saint-Exupéry admitió que sentía a la Argentina como su propio país, si en Buenos Aires conoció a Consuelo Suncin, quien sería su esposa.
Saint-Exupéry despegó del aeropuerto de Harding Green, en Bahía Blanca, llevando a bordo a los directores de los diarios La Nueva Provincia, La Mañana y El Atlántico, con los que cubrió el trayecto San Antonio Oeste, Trelew para finalizar en Comodoro Rivadavia.

Pero era evidente que esta población, que había alcanzado trascendencia cuando en diciembre de 1917 se descubrió petróleo, no podía ser de ninguna manera, el final del recorrido. En 1930 el servicio ya llegaba a Río Gallegos, con escalas en Puerto Deseado y San Julián.
El primer correo aéreo transatlántico fue en mayo de 1930 y lo cubrió en 21 horas Jean Mermoz, con un Laté 28 equipado con pontones, transportando 130 kilos de correspondencia.
Mermoz fue primero piloto militar y luego comercial. Contratado por Latécoère, en 1929 fue nombrado jefe de pilotos de América del Sur. El 9 de marzo de 1929, cuando intentaba buscar una ruta que uniese La Rioja con la chilena Copiapó, debió hacer un aterrizaje de emergencia en plena cordillera.
Otro de los pilotos a mencionar era Henri Guillaumet, un francés amigo de Mermoz, Saint-Exupéry y Almonacid, que tenía el récord de 393 vuelos a Chile y en uno de ellos debió hacer un aterrizaje de emergencia en las cercanías de Laguna Diamante en Mendoza. Caminó cinco días hasta que encontró a un pastor quien, décadas después, fue condecorado por el presidente francés Jacques Chirac.
Luego de un impasse de dos años donde por problemas económicos Aeroposta suspendió sus servicios y una pequeña empresa manejada por Luro Cambaceres hizo lo que podía, en 1935 Aeroposta, de nuevo en el ruedo, logró extenderse hasta Tierra del Fuego.
De Buenos Aires también se armaron conexiones con Chile y Bolivia y en menos de dos horas se llegaba a Montevideo.

Entre los accidentes que conmocionaron al país se encuentra el que perdieron la vida Próspero Palazzo y César Brugo. Fue el 23 de junio de 1936 cuando, a bordo de un Laté 28 volaban de Bahía Blanca a Río Grande. En una de las escalas, bajó el pasaje, pero ellos decidieron continuar llevando correspondencia, a pesar de que sabían que enfrentarían un temporal de viento y nieve. A la altura de Puerto Visser, al sur de Chubut, sobre la costa, una fuerte corriente de aire los hizo caer en picada. El avión se estrelló, incendió y ambos pilotos murieron carbonizados.
En 1932 Saint-Exupéry dejó el país y nunca más volvería. Estuvo cerca de hacerlo en 1938 cuando encaró un arriesgado vuelo en el que pensaba unir Canadá con Tierra del Fuego, pero un accidente en Guatemala lo hizo desistir. Tres años antes se había salvado de milagro cuando se estrelló en el desierto del Sahara.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, quiso enrolarse como piloto de combate, pero fue rechazado ya que no aceptaban a mayores de 30 años. Pilotearía un Lightning P 38 de reconocimiento, y el 31 de julio de 1944 fue derribado por un avión alemán en el Mediterráneo, cerca de la isla de Rou.
Por décadas se mantuvo el misterio alrededor de las circunstancias de su muerte hasta que en 1998 unos pescadores descubrieron en sus redes una pulsera de plata que había quedado enganchada. Unos años después localizaron los restos del avión.
En un vuelo hacia Natal, el 7 de diciembre de 1936, Mermoz debió regresar al poco de despegar por la falla de un motor. Al no haber otro avión, le repararon el motor y volvió a salir. Al rato mandó por radio su última comunicación: “Cortamos motor derecho trasero”. Desapareció en las aguas del Atlántico, junto a su copiloto, el navegador, el operador de radio y el mecánico. Su amigo Guillaumet lo buscó durante dos días.
Estallada la segunda guerra, Guillaumet se incorporó para volar aviones de reconocimiento, y en 1940 fue derribado en el Mediterráneo frente a Túnez por un caza italiano.

A la par, Almonacid continuaba experimentando nuevos inventos, como un sistema de navegación para vuelos nocturnos y diversos dispositivos para distintos tipos de aviones de guerra. Porque la Gran Guerra no sería la última en la que participaría.
Cuando estalló la guerra del Chaco, que desangró a Bolivia y Paraguay entre 1932 y 1935, se ofreció voluntario a este último país. En Paraguay fue designado director general de Aeronáutica y organizó escuadrillas de caza, de bombardeo y de reconocimiento, pero sus consejos sobre la adquisición de nuevas aeronaves no fueron tenidos en cuenta y, luego de considerarse no escuchado en recomendaciones claves, presentó su renuncia.
Los aviones fueron modernizándose, se sumaron nuevos aeródromos y escalas. Aeroposta sobrevivió hasta 1946 cuando el gobierno peronista creó la Sociedad General de Aviación S.A., y esa empresa fue absorbida junto a otras. En 1950 la unificación de estas empresas dio origen a Aerolíneas Argentinas. Y otra historia comenzaba.